Cynewulf

Al contrario de lo que sucede con Caedmon (poeta de quien sólo conocemos su breve Himno, pero del que poseemos algunos datos biográficos gracias a Beda el Venerable), la vida de Cynewulf es todo un misterio, si bien se han conservado obras suyas de cierta extensión.

De su vida, como decimos, poco se sabe. Sin duda fue un hombre letrado, y la temática de sus obras, el uso de fuentes latinas, y el profundo conocimiento de literatura eclesiástica y hagiográfica y del dogma católico romano dejan bastante claro su trasfondo religioso o monástico. Aunque las compilaciones en que aparecen sus obras (de la segunda mitad del siglo X) son traducciones al sajón occidental tardío, el dialecto de Cynewulf fue probablemente anglio, lo que permite suponer que vivió en Mercia o Northumbria. Del rastro de formas sajonas algo más tempranas puede deducirse que un escriba hizo una traducción anterior, a comienzos del siglo X. La forma de su nombre dada por el acróstico (Cynewulf en Juliana y Elena, Cynwulf en los otros dos), nos hace pensar que vivió en el siglo IX, pues en el anterior era más usada la forma Cyniwulf. Su verdadera identidad sigue siendo un misterio, por más que algunos estudiosos vean en él al Cynewulf que fue obispo de Lindisfarne y falleció en 783.

Lo que el propio Cynewulf nos deja claro gracias a un par de fragmentos de sus obras es su creencia en que la poesía era un don divino (en el epílogo de Elena el autor dice que «liberó el arte dentro de él») y que estaba asociada con la sabiduría (en Cristo II explica que «el hombre a cuya mente le ha sido dado el arte de la sabiduría puede decir y cantar toda clase de cosas»). También debemos hablar de sus dos personajes femeninos, alejados de la visión de santidad grecolatina, y más cercanos a los prototipos femeninos de la antigua literatura nórdica: son fuertes, más propensas a la persuasión física que verbal, y no se someten a los varones con los que se encuentran.

Aunque le fueron atribuidas multitud de obras, actualmente se piensa que sólo de aquéllas en las que aparecen intercaladas las runas que componen su nombre (a modo de acróstico) puede asegurarse su autoría. Son cuatro poemas narrativos, todos de tema cristiano: Juliana (sobre el martirio de la santa con ese nombre) y Cristo II (llamado La Ascensión por tratar ese tema) en el Libro de Exeter; Destinos de los Apóstoles (sobre la muerte de los Doce) y Elena (relato de la búsqueda de la Cruz por Elena de Constantinopla) en el Libro de Vercelli.

Las cuatro obras que se le atribuyen provienen de fuentes latinas, como homilías y hagiografías, y no directamente de la Biblia, a diferencia de otros poemas en inglés antiguo. En lo que sí coinciden con el resto de la tradición anglosajona es en estar escritas en verso aliterado (basado en la repetición de sonidos en las sílabas tónicas, como ya vimos al hablar de esta literatura). Por supuesto, se desconoce en qué orden fueron escritos, aunque Juliana y Destinos de los Apóstoles parecen menos maduros.

Juliana

Trata el martirio y la muerte de santa Juliana de Nicomedia. La historia se adaptó de una fuente latina hoy perdida. El poema está compuesto por 731 versos (aunque debido a los daños y pérdidas sufridos por el Libro de Exeter hay un par de huecos que sumarían entre 130 y 140 más). Entre sus rasgos estilísticos, algo menos vigorosos que en los otros poemas, merece una mención el uso de términos militares, que resaltan la lucha entre la protagonista, cristiana, y el resto de personajes, paganos, así como la imagen de la fe de aquélla como una fortaleza. La narración (que se sitúa en plena persecución de Diocleciano), comienza ilustrando la sufrida vida de los cristianos bajo el gobierno de Galerio Maximiano. Juliana, hija de Africano de Nicomedia, ha sido prometida en matrimonio a Eleusio, un rico senador amigo de Galerio. Juliana, que se ha convertido al cristianismo, rechaza casarse con un pagano, y Eleusio, que se siente insultado, recibe el consentimiento de Africano (quien también se siente insultado) para castigar a su hija. Después de ser desvestida, colgada del pelo, azotada y golpeada, la joven es encerrada en prisión. Allí es visitada por un demonio, que intenta convencerla de blasfemar diciendo ser un ser celestial. Ella reza, y luego sostiene un acalorado enfrentamiento verbal con el demonio, a quien humilla y obliga a confesar sus maldades. Acabada esta escena, Eleusio llega a la prisión y, ante la nueva negativa de Juliana, trata de que arda en la hoguera. Pero el fuego no toca ni su carne ni sus vestiduras, así que Eleusio manda que la decapiten.

Destinos de los Apóstoles

El más breve, con sólo 122 versos. Su narrador, que habla en primera persona, crea una canción sobre las diferentes muertes de los Apóstoles, recitando los sucesos clave vividos por cada apóstol tras la Ascensión de Jesús.

Cristo II

Una vehemente descripción de la ascensión de Cristo, con 427 versos. Entre sus diversas fuentes, la más importante es la homilía de san Gregorio Magno a propósito del mismo tema. El poema comienza señalando la importancia de la búsqueda de la verdad. Luego pasa a narrar lo que sucedió tras la crucifixión de Jesús y los cuarenta días que permaneció en la Tierra antes de su Ascensión: un gran número de ángeles llegó para llevárselo, y trataron de calmar el dolor de la gente. Luego el poema describe la importancia de las bendiciones divinas (comida, refugio, etc) y cuenta la encarnación de Jesús y su permanencia en el mundo con una bella imagen de un ave. Después de señalar las persecuciones sufridas por los cristianos, pasa a enumerar las seis transiciones de Jesús (encarnación, nacimiento, muerte, enterramiento, resurrección y ascenso). Finalmente, el poema recuerda tomar ejemplo de Jesús, pues se juzgarán todas las almas.

Elena

El más largo de los cuatro (1321 versos) y tal vez el menos antiguo, pues incluye una suerte de epílogo que implica que su autor es ya viejo al finalizar su composición. Es una adaptación de un texto en latín, probablemente de Acta Cyriaci. Describe el sufrimiento de Elena de Constantinopla en su búsqueda de la Sagrada Cruz (simbolizando la difusión del cristianismo), aunque el trasfondo es una anacrónica amalgama de las guerras del siglo IV que tuvieron lugar entre romanos, hunos y francos. El poema comienza con el emperador Constantino y la famosa escena en la que venció a sus enemigos gracias a la cruz (in hoc signo vinces). De regreso a casa, se hace bautizar y le pide a su madre, Elena, que acuda con un ejército a la tierra de los judíos para encontrar la verdadera cruz de la crucifixión. Elena amenaza a unos sabios judíos, y encierra a uno de ellos, de nombre Judas, en un pozo oscuro. Al séptimo día, el pobre ya no aguanta las privaciones y le muestra la colina donde fue crucificado Jesús. Encuentran allí tres cruces, y para averiguar cuál es la verdadera las sostienen sobre un cadáver: la tercera lo resucita, pues es la verdadera. Tras su conversión y bautizo, Judas (ahora llamado Ciriaco) busca los clavos de la cruz, encontrándolos gracias a una señal divina. Un sabio le aconseja a Elena que los clavos sean usados en el bocado de la montura de Constantino, para que nunca pierda una batalla. En un epílogo, Cynewulf cuenta su propia experiencia de metamorfosis espiritual, y describe su visión del Juicio Final.

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